En esta entrada, y como homenaje a mi admirado Cervantes a poco del cuarto centenario de su muerte, presento unos cuantos textos en prosa sobre su obra magna. Son visiones desde distintas perspectivas y por lo tanto se contradicen. Lo cual, en arte, no quiere decir que no sean todas reales. Y todas imaginarias.
Todo escritor es como Don Quijote: decide embarcarse en una aventura
imaginaria por las vías de la realidad, pero trastocando las normas
de esta. Todo escritor, salvo el muy comercial.
Todo escritor es como Don Quijote y Sancho a la vez: en busca de
una transformación fantasiosa para cada objeto, y en busca de algo
real. O mejor: un escritor se lanza a la aventura cuando descubre la
posibilidad de que las ventas se conviertan en castillos, cuando ve
que Aldonza es ya Dulcinea en algunos momentos suficientemente
translúcidos. Y decide posponer el viaje cuando es un Sancho que
prefiere esperar a ver el sentido último, el que será real,
descartando las posibilidades de transformación actuales; porque
quizás Sancho es demasiado ambicioso, quiere la ínsula de la
perfecta síntesis de lo real produciendo lo metafórico que a su vez
explique o refleje con justeza toda la realidad. Un empeño
quijotesco. Don Quijote es un perfecto loco de su tiempo y por eso
triunfa del anonimato. Sancho, c'est moi.
Sancho prefiere vivir la vida y que su no escribir el momento sea
como corregirlo para el siguiente. Los atardeceres serán más
afilados en verdad cada día. Un pequeño detalle sobrepasa su
astucia: se necesitaría otra vida, después de vivir la vida, para
recoger la clave auténtica y volver a acompañar los actos desde el
principio con ella. Y con esa clave seguramente escogería triunfar y
no escribir.
Sólo es posible que don Quijote y Sancho fueran la misma persona. Si
no, una novela tan subjetiva, tan de conciencia como el Quijote no
tendría sentido. ¿Cómo podría don Quijote vivir sin falsedad el
viaje de su conciencia con un otro, y además un otro castellano,
fiscalizándolo y amenazándolo? No, la cohesión de los pareceres de
ambos personajes es la de una sola alma, y toda la novela en realidad
es el viaje de un alma con los otros no entrando jamás como sujetos
en la historia. El único sujeto castellano que aparece es, justo al
final, Sansón Carrasco, para matar el alma de don Quijote.
Cervantes, él mismo malcasado, imagina el ingenioso ardid de un
enjuto cincuentón soltero por lanzarse a los campos en una vida de
vagabundeo con otro hombre, de generosas y rubicundas carnes sin
duda, que, este sí casado, deja a su mujer sin mucha vacilación
para entregarse a esta aventura. En las ventas resulta escandalosa
esta pareja de hombres que llegan emparejados y tienen tan buena
relación, y les maltratan verbal o físicamente bajo distintos
pretextos que ocultan lo que no se puede decir. Sí, don Quijote
habla de una dama de nombre Dulcinea, a la que pone como pantalla;
pero viviendo ella en El Toboso, es decir, a un tiro de piedra, se
las ingenia para no ir él mismo y manda a Sancho a visitarla, como
si así ya se hiciera el paripé. Sancho debía de ser muy gracioso,
tanto de dicción como de gestos, y por eso el duque y la duquesa
quisieron atraerlo a su "ínsula" para divertirse con su
chispa unos días, al tiempo que le hacían la burla que veían
lógica en estos casos. Por cierto: conmovedora promesa de Alonso a
Sancho de hacerle gobernador de una ínsula, lo más cercano a lo que
ahora hace un hombre cuando promete a su chica hacerla una princesa o
tratarla como a una reina, de ponerle piso, de darle regalos para
agasajarla. ¿Cómo dudar que el amor cortés Alonso no lo aplazó ni
lo vio frustrado en la esquivez de Dulcinea, sino que lo cumplía en
el día a día con su fiel escudero? Lo que pasa es que, como en el
Retablo de las Maravillas, cualquier persona que viera el
vicio nefando al desnudo al leer la obra quedaría señalado a su
vez, no como judío o hijo bastardo, sino como esa otra condición
"tan común en estos tiempos" también.
Al final el cura y las otras fuerzas conservadoras del pueblo
consiguieron, tras varias tentativas, poner fin a este escándalo
intolerable protagonizado por alguien de su pueblo, y traer al buen
señor a su casa. Y este, que ya no podía persistir en su locura,
vio por fin con cordura que ningún lugar ni ficcional ni físico
había en esos tiempos para sus anhelos y no sintió ya ganas de
seguir viviendo. Vale.
©
Luis de la Rosa
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