Ya que en el poema anterior hablaba de "talar bosques", voy a poner un contrapunto en esta entrada con otro poema que habla de proteger los árboles. De paso, así me sumo a conmemorar el "Día de la tierra", que es el 22 de abril. No me acordé con ocasión del "Día del árbol", que hubiera sido más propio, pero bueno, yo creo que el concepto de "tierra" puede perfectamente englobar la protección al árbol.
Este poema de Rosalía ya me llamó la atención cuando leí hace años En las Orillas del Sar, su libro de poemas en castellano. Durante años, al parecer, se dio una imagen de ella de madre sufrida y poetisa de florecillas hiperfemenina. Basta leerla para descubrir a otra persona más interesante: una mujer adelantada a su tiempo, como prueba este poema; una mujer "comprometida", aunque el término sea anacrónico en el siglo XIX, comprometida con la reivindicación de la patria gallega sobre todo pero también con la protección de la naturaleza; una mujer que no temía decir que odiaba, que sentía rabia, en algunos de sus poemas, y que justificaba ese sentimiento en una época en que la mujer era la encargada de guardar, como decía Bécquer de las rubias, un "tesoro de ternura". O sea que Rosalía, de sufrida, poco, aunque sí sufriente.
Volviendo al texto que voy a reproducir, en él, de una manera muy moderna, la autora se queja por la tala de unos árboles, y se defiende de los posibles reproches por preocuparse de temas menos importantes que otros que beneficiarían al pueblo y a las personas. De nuevo recordemos que este poema fue escrito en pleno siglo XIX, por una mujer (cuya opinión no era requerida en ningún ámbito) y que es una protesta por un hecho concreto, no un hablar en abstracto. Rosalía, que no me cabe ninguna duda de que estaba sobredotada intelectualmente, mete su voz clara en el siglo XX o XXI, con este poema (de nuevo un anacronismo) de "activismo ecologista".
¡Jamás lo olvidaré...! De asombro llena
al escucharlo, el alma refugióse
en sí misma y dudó...; pero al fin, cuando
la amarga realidad, desnuda y triste,
ante ella se abrió paso, en luto envuelta,
presenció silenciosa la catástrofe,
cual contempló Jerusalén sus muros
para siempre entre el polvo sepultados.
¡Profanación sin nombre! Dondequiera
que el alma humana, inteligente, rinde
culto a lo grande, a lo pasado culto,
esas selvas agrestes, esos bosques
seculares y hermosos, cuyo espeso
ramaje abrigo y cariñosa sombra
dieron a nuestros padres, fueron siempre
de predilecto amor, lugares santos
que todos respetaron.
¡No! En los viejos
robledales umbrosos, que hacen grata
la más yerma región, y de los siglos
guardan grabada la imborrable huella
que en ellos han dejado, ¡nunca!, ¡nunca!
con su acerado filo osada pudo
el hacha penetrar, ni con certero
y rudo golpe derribar en tierra,
cual en campo enemigo, el árbol fuerte
de larga historia y de nudosas ramas
que es orgullo del suelo que le cría
con savia vigorosa, y monumento
que en sólo un día no levanta el hombre,
pues es obra que Dios al tiempo encarga
y a la madre inmortal naturaleza,
artista incomparable.
Y sin embargo...
¡nada allí quedó en pie! Los arrogantes
cedros de nuestro Líbano, los altos
gigantescos castaños, seculares,
regalo de los ojos; los robustos
y centenarios robles, cuyos troncos
de arrugas llenos, monstruos semejaban
de ceño adusto y de mirada torva
que hacen pensar en ignorados mundos;
las encinas vetustas, bajo cuyas
ramas vagaron en silencio tantos
tercos, impenitentes soñadores...
¡todo por tierra y asolado todo!
Ya ni abrigo, ni sombra, ni frescura;
los pájaros huidos y espantados
al ver deshecha su morada; el viento
gimiendo desabrido, como gime
en las desiertas lomas donde sólo
áridos riscos a su paso encuentra;
los narcisos y blancas margaritas
que apiñadas brillaban entre el musgo
cual brillan las estrellas en la altura;
los lirios perfumados, las violetas,
los miosotis, azules como el cielo
-y que, bordando la ribera undosa,
recordábanle al triste enamorado
que de las aguas se sentaba al borde
aquella dulce frase, ¡siempre inútil,
mas repetida siempre!: «No me olvides»-,
todo marchito y sepultado todo
sin compasión bajo el terrible peso
de los ya inertes troncos. La corriente
mansa del Sar, entre sus ondas plácidas
arrastrando en silencio los despojos
del sagrado recinto, y de la dura
hacha los golpes resonando huecos,
cual suelen resonar los del martillo
al remachar de un ataúd los clavos...
Ya en el paraje agreste y escondido
que tanto hemos amado, ya en el bello
lugar en donde con afán las almas
buscaban un refugio, y en alegres
bandadas, al llegar la primavera,
en unión de los pájaros, las gentes,
de aire, de flores y de luz ansiosas,
iban a respirar vida y perfumes,
de sus galas más ricas despojado
hoy se levanta el monasterio antiguo
como triste esqueleto. Aquel tan grato
silencio misterioso que envolvía
los agrietados muros, a regiones
más dichosas quizás huyó ligero
en busca de un asilo. Las campanas
de eco vibrante y musical resuenan
de una manera sorda en el vacío
que sin piedad a su alrededor hicieron
manos extrañas, y el rumor monótono
de la fuente en el claustro solitario
parece sollozar por los jazmines,
que, cual la nieve blancos, las cornisas
musgosas adornaban, y parece
triste llamar por la aldeana hermosa
que lavaba sus lienzos en el agua
siempre brillante del pilón de piedra
que el roce de sus manos ha gastado
y hoy buscan de otra fuente la frescura.
¡Lo vieron y callaron... con silencio
que causaron asombro y que contrista el alma!
Si allá donde entre rosas y claveles
arrastra el Turia sus revueltas ondas,
nuestras manos talasen los jardines
que plantaron los suyos, y aman ellos,
su labio, al rostro, de desprecio llenas
una tras otra injuria nos lanzaran
-¡Bárbaros! -exclamando.
Y si dijésemos
que rosas y claveles perfumados
no valdrán nunca, pese a su hermosura,
lo que un campo de trigo, y allí en donde
las flores compitieran con las bellas,
arrastrando el arado, la amarilla
mies con afán sembráramos.
-Mezquinos
aún más que torpes son -prorrumpirían
los fieros hijos del jardín de España
con rudo enojo levantando el grito.
Mas nosotros, si talan nuestros bosques
que cuentan siglos... -¡quedan ya tan pocos!-
y ajena voluntad su imperio ejerce
en lo que es nuestro, cosas de la vida
nos parecen quizás vanas y fútiles
que a nadie ofenden ni a ninguno importan
si no es al que las hace, a soñadores
que sólo entienden de llorar sin tregua
por los vivos y muertos... y aun acaso
por las hermosas selvas que sin duelo
indiferente el leñador destruye.
-Pero ¿qué...? -alguno exclamará indignado
al oír mis lamentos-. ¿Por ventura
la inmensa torre del reloj se ha hundido
y no hay ya quien señale nuestras horas
soñolientas y tardas, como el eco
bronco de su campana formidable;
o en mis haciendas penetrando acaso
osado criminal, ha puesto fuego
a las extensas eras? ¿Por qué gime
así importuna esa mujer?
Yo inclino
la frente al suelo y contristada exclamo
con el Mártir del Gólgota: Perdónales,
Señor, porque no saben lo que dicen;
mas ¡oh, Señor! a consentir no vuelvas
que de la helada indiferencia el soplo
apague la protesta en nuestros labios,
que es el silencio hermano de la muerte
y yo no quiero que mi patria muera,
sino que como Lázaro, ¡Dios bueno!,
resucite a la vida que ha perdido;
y con voz alta que a la gloria llegue,
le diga al mundo que Galicia existe,
tan llena de valor cual tú la has hecho,
tan grande y tan feliz cuanto es hermosa.
Tengo "En las orillas del Sar" desde niña, fue uno de los primeros poemarios que me regalaron mis padres. Este poema me gusta mucho, aunque hacía años que no lo leía, lo confieso.
ResponderEliminarPor supuesto que Rosalía fue una adelantada a su tiempo, ya sólo el hecho de ser poeta y escritora en un mundo de hombres, lo era, pero además, comprometida con su Galicia natal y con el entorno ecológico, como este poema y otros lo atestiguan, aun cuando el término "comprometida" resulte anacrónico, como bien dices.
Muy buen artículo, Luis, me lo llevo a mi Google + para que otra gente lo lea y con él y contigo, aprendan.
Besos y muy feliz semana.
Como siempre, gracias por tu apoyo, Mayte. Muy bueno tu poema sobre el cuadro de Salomé.
ResponderEliminarTengo un lazo especial con Rosalía de Castro, pués mi familia paterna es de Padrón, escribes excelente, felicidades, gracias por compartir tu trabajo en Publica tu blog, saludos
ResponderEliminarGracias, Juan Carlos. En realidad, a mí también me toca un poco de cerca Rosalía porque viví muchos años en Galicia, aunque a ti, que tienes algo de sangre de Padrón, te toca más, obviamente. Me alegro de que te haya gustado este articulillo.
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