Este poema cierra mi primer libro de versos, "Espada de sentido".
Qué
peligroso, estar lleno de vacío;
No
sentir el agua fría que corre;
No
gobernar el caballo, no gobernar
Al
jinete que tenemos pegado.
Qué
peligroso que haya tiempo y no seamos nosotros.
Inquietante
no apretarnos tras nuestra mirada
Y
que la soledad nos ofrezca
La
nada de la realidad de nuestro cuerpo desordenado.
Qué
peligroso que en soledad elegida
Suene
suavemente el reloj a botella de plástico hueca
Y
que los planes no se cumplan y el destino
Cumpla
su inmovilidad frente a nuestro
Maniatado
hundimiento.
Que
el lenguaje de la gente y de las cosas
Tenga
piernas, que su mirada
Sea
sólo nuestro biombo; nada menos que el biombo,
Para
cuya derrota estaba hecha precisamente la mirada.
Que
la suma devore a los sumandos con su olvido.
Que
existan las líneas paralelas
No
sólo en las sombras, sino en el deslumbre del sol.
Que
nuestra identidad parezca sin acceso al acto
Y
que cara tras cara nos mire sin curiosidad.
Que
la gran ciudad nos devore, que la cumbre
Nos
expulse para siempre de la montaña.
Que
las olas al romper dejen de decirnos nada
Y
hablen como la gente, feo.
Que
no refresquen, no importen.
Que
la luna nos seduzca
Y
sepamos que solo lo haría
En
la distancia.
Que
hasta la noche parezca pintada...
¡Pero la noche
nunca parece pintada!