sábado, 10 de octubre de 2015

El final del viaje


En memoria de Razvan, al que la muerte atrapó en
un absurdo accidente mientras esperaba en su coche.


El final del viaje fue la espera.

La visera de fastidio que ocupaba, sobrante,
Ese resquicio del día, ese minuto bisiesto,
Metió su cuerpo de ahora.
Arremetió en repentino empeño
De mostrar qué descomunal
Puede ser el cuerpo de un instante,
Qué rígidamente duro,
Qué caricia de desalojo
Contiene, cuando le pete,
Ese león yacente:
La vertical de nuestro segundo.

Y la mirada de quien fue barrido,
Aún palpitante de vida,
Horizontal en nuestro recuerdo,
Les dice al metal y a los inconscientes
Qué elásticamente eterna,
Qué líquidamente ubicua
Es la vida que una vez arañó
Con sus delicadas uñas
En los ojos,
En el huerto de los que una vez estuvieron.
                                             
                                                    © Luis de la Rosa

domingo, 4 de octubre de 2015

Errores del caminante

Autor: tOrange.biz. http://www.torange-es.com/

Olvidarse de cuáles son tus deslealtades, tus desobediencias.
No el perseguir espejismos; al menos los perseguiste.
Llamar nada a lo que fue algo, pero no colmó, no cuajó
- Ahí decora, colgado en tu aire.
No comprar tu alimento fresco porque lo viste sucio en el mercado
(Ya sé que solo entrevemos, ya sé que solo entrevemos).
Desenchufar el goce de algo con sentido, sólo porque no dio cosecha
(Mas la cosecha interna fue real: goce y armonía).
No hacer el viaje a tomar los frutos
- Frescos, colorados- del amanecer en descanso
(Bañado en mañana el cuerpo y en brasa de alba la mirada).
No coger toda mora que te mire viva desde las cunetas.
Optar por los cables de telégrafo que se deslizan hacia el horizonte
Y renunciar al lecho del suelo
(Luego siempre has fracasado: nunca has llegado al horizonte).
No escuchar las voces inoportunas, no inquietarte por oirlas
Cuando estás a otra música.
No dibujar la forma entera de la maldad, para ver su corporeidad, su curva,
Y así no ser líquido en charcos separados.

                                                                                                                           © Luis de la Rosa