Sólo ganaste la inmortalidad.
Tus escritos, como lanzas,
No cortaban en ningún punto de su longitud.
Sólo hacia adelante, en otro empuje
Distinto del de tus días.
El valor de cambio de tu papel moneda
Era cero en lo que rodeó tu cuerpo físico.
Sólo la luz que se escapaba como de un espejo
Herido por el sol, de tus páginas,
Crearía un incendio allá en la distancia.
Lo determinante de tu historia
- No de la tuya, sino de la más tuya,
De la que creaste -
No fue la inexorabilidad de la condena
O la inaccesibilidad eterna del castillo.
Fue la ignición imparable del éxito
Pero solo al final de una larga cruel línea recta,
Toda imaginaria, nada extensiva,
Ante la que el carnal dulce cuerpo
No tenía más que hacer
Que caer rendido antes de su metamorfosis.
©
Luis de la Rosa