(Escuchando el segundo cuarteto de Borodin)
La
voz propia es un ímpetu ciego entre ecos.
En el
parto de la creación, los ojos están demasiado pegados
A las
superficies de lo que nace de ellos mismos,
Superficies
que ni siquiera son piel: son vestidos ya vistos,
Frases
casi preexistentes, calor antes experimentado.
Quien
crea no sabe si ese calor va a ser nauseabundo para quien lo reciba,
Si
esas ropas suponen algo nuevo.
Solo
se trata de dejar que el parto saque totalmente a la criatura
Con
el ritmo preciso, con la adecuación justa a eso que no es más que
nosotros
Pero
ya otro a la vez, y que nace.
Será
ese ritmo —entonces
prosa, puntuación: simple sostén—
El
que, reflejado en el espejo, sea música
Y la clave de la hermosura de todo.
© Luis de la Rosa Rivera