El poeta que quiere y el poeta que se
deja
Continuamos con los paralelismos entre
dos maneras diferentes (pero, que quede claro desde ahora, las dos
bellas, legítimas) de hacer poesía. Por supuesto, nada es blanco ni
negro, todo es gris; no quiero meter a los dos poetas de los que voy
a hablar en una horma que les apriete, pero simplificar o elegir a
veces también es el camino para hacer una metáfora que ilumine.
Constantino Kavafis (1863-1933) fue un
poeta de lengua griega que nació y vivió en Alejandría; esa fue su
ciudad. De hecho, La Ciudad es
el título de uno de sus poemas más conocidos:
Dices:
"Iré a otra tierra, hacia otro mar y una ciudad mejor
con certeza hallaré. Pues cada esfuerzo mío está aquí
condenado, Y muere mi corazón lo mismo que mis
pensamientos en esta desolada languidez. Donde vuelvo los
ojos sólo veo las oscuras ruinas de mi vida y los
muchos años que aquí pasé o destruí".
No hallarás otra tierra ni otro
mar. La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las
mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez; en
la misma casa encanecerás. Pues la ciudad es siempre la
misma. Otra no busques -no la hay- ni caminos ni barco para
ti. La vida que aquí perdiste la has destruido en toda
la tierra. |
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Debo
confesar que esa idea de que mis problemas se los debía a la ciudad
en dónde vivía la he tenido en muchos momentos. Así que leer este
poema, aparte de impactarme, me hizo sentirme atacado. El truco,
obviamente, está en el tú
del poema. El poema no me estaba echando una bronca a mí, el poeta
estaba aleccionándose a sí mismo. En algún momento, la idea de
recomenzar en otra ciudad sedujo seguramente a Kavafis. Su madre, de
hecho, a la muerte de su marido y padre del poeta, dejó Alejandría
por Liverpool para buscar la protección económica de un hermano de
aquél. Infructuosamente, porque siete años después la quiebra del
negocio familiar obligó a la familia a volver a Alejandría, de
donde Kavafis nunca más saldría. El amor de Kavafis por su ciudad
se demuestra en otros poemas, donde se muestra reconfortado por "el
bullicio de sus calles", por ejemplo. Pero recordemos que
Kavafis allí fue siempre un modesto funcionario del Ministerio de
Obras Públicas Egipcio (a pocos funcionarios, a pesar de la
seguridad que supone su posición, no se les ha pasado alguna vez por
la cabeza dejarlo todo por otra vida de más largo aliento). Además,
era gay en una ciudad provinciana, lo que, por supuesto, también le
haría sentir frustrado, anhelando la gran ciudad de mente abierta en
el mundo occidental que, posiblemente, no era realmente tal en ese
momento histórico.
En
definitiva, que Kavafis hablaba consigo mismo en este poema, y en él
no expresaba sus sentimientos sino que se esforzaba por corregirlos,
por acomodarlos a lo que creía la realidad. Las metáforas de
Kavafis también en otras ocasiones son metáforas como ganchos,
intentos de apresar la realidad y no la subjetividad, o lecciones en
imágenes para cambiar la subjetividad de uno (de él mismo). Así en
otro famoso poema, Cirios
o Velas, según
traducciones. Es un poema contemplativo, no admonitorio, como La
Ciudad, pero la metáfora no
parece llegar al
poeta, sino ser creada con ímpetu para, una vez lograda, darse a uno
mismo un mapa espiritual al que agarrarse:
Los
días del futuro están delante de nosotros como una
hilera de velas encendidas -velas doradas, cálidas, y
vivas. Quedan atrás los días ya pasados, una triste
línea de velas apagadas; las más cercanas aún
despiden humo, velas frías, derretidas, y dobladas. No
quiero verlas; sus formas me apenan, y me apena recordar
su luz primera. Miro adelante mis velas encendidas. No
quiero volverme, para no verlas y temblar, cuán rápido
la línea oscura crece, cuán rápido aumentan las velas
apagadas. |
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Y en
el poema más famoso de Kavafis, Ítaca,
de nuevo reaparece el tú,
que en este poema se había reemplazado con un nosotros,
igualmente encubridor del yo.
De nuevo, un lector despistado (cualquiera podemos serlo en un primer
momento) se puede sentir tratado con paternalismo por esa voz del
poema que le dice cómo debería vivir su vida, aun estando de
acuerdo con lo que dice. Pero Kavafis, aunque no lo diga, está
aceptando que él no vivió disfrutando del viaje -como propone el
poema- en muchas ocasiones; se está mentalizando para aceptar una
visión él mismo que después ya nos ofrece a los demás. Recordemos
que Kavafis nunca publicó sus poemas en un libro; por lo tanto no
estaba hablando "a sus lectores". Así podemos empatizar
mejor con él.
Cuando
emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno
de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni
a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás
hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es
la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los
lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón
encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los
yergue tu alma ante ti.
Pide
que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en
que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos
antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas
mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de
perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales
puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de
sus sabios.
Ten
siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no
apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y
atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el
camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca
te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el
camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque
la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has
vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las
Itacas.
C.
P. Cavafis.Antología poética.
Alianza Editorial, Madrid 1999
La
segunda manera es la del poeta que no escribe su poesía como una
herramienta para cambiarse sino como la constatación de lo que ve en
sí mismo o lo que sus ojos ven a su alrededor. Pessoa, uno de cuyos
poemas voy a poner como ejemplo, definitivamente no
es uno de esos poetas. Claro que él también buscaba convertir sus
poemas en herramientas para sí mismo. Pero en este poema tan
significativo que voy a incluir se da por vencido. Finalmente, presa
de diversas percepciones sucesivas, simplemente consigna todas,
consiguiendo abrazar un espectro de realidad, de subjetividad más
amplio que los poemas de Kavafis. Pero este poema finalmente no será
útil, no servirá para avanzar en una dirección. Simplemente
presentará una descripción, una evocación poderosa de la confusa
encrucijada. Reproduzco sólo fragmentos, por tratarse de un poema
muy largo:
No
soy nada.
Nunca
seré nada.
No
puedo querer ser nada.
Aparte
eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas
de mi cuarto,
de
mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(y
si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais
al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a
una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real,
imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con
el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,
con
la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los
hombres.
Con
el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.
Estoy
hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy
hoy lúcido, como si fuese a morirme,
y
no tuviese más hermandad con las cosas
que
una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la
hilera de vagones de un tren, y una partida pitada
desde
dentro de mi cabeza, y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos en la ida.
Estoy
hoy perplejo como quien pensó y encontró y olvidó.
Estoy
hoy dividido entre la lealtad que le debo
a
la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y
a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
...................................................................................................................................
¿Qué
sé yo de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser
lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y
hay tantos que piensan que son lo mismo que no puede haber tantos!
....................................................................................................................................
Hice
de mí lo que no supe,
y
lo que podía hacer de mí no lo hice.
El
dominó que vestí estaba equivocado.
Me
conocieron en seguida por quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando
quise quitarme la máscara,
estaba
pegada a la cara.
Cuando
me la quité y me vi al espejo,
ya
había envejecido.
.....................................................................................................................................
Pero
un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y
la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me
incorporo enérgico, convencido, humano,
voy
a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
.......................................................................................................................................
Me
hizo señas de adiós, le grité: ¡Adiós, Esteves!, y el universo
se
me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el dueño de la tabaquería
sonrió.
[Obra
poética, tomo II, traducción de Miguel Ángel Viqueira para
Ediciones 29]
Pessoa
se deja, es agua, como recomendaba Lao-Tse (¡y Bruce Lee!). Kavafis,
con nervio, intenta crear
una explicación para que el poema sea una boya que le permita flotar
en la vida. Pessoa es flexible y Kavafis es fuerte. Pero ambos
aportan imágenes cautivadoras y una voz poética fascinante.